miércoles, 9 de mayo de 2012

¿Qué ves cuando cierras los ojos?

Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas miradas, y el remolino que se le forma en la parte de atrás del pelo cuando ha dormido bien. Pero además le he visto serio, ser él mismo, y en serio que eso no se puede escribir en un poema. por eso, eso que me cuentan de que mírale cómo bebe las cervezas y qué fácil parece a veces enamorarse; todo eso de que él puede llegar a ser ese único motivo, lo de que los besos de ciertas bocas saben mejor; todo eso es un cuento que me sé desde el miércoles en que crucé con él un paso de peatones.

Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que él aparezca de golpe y de frente para decirte, venga, sal de casa y me lo cuentas. Quiero decir, que a  mi de versos de poetas no me tienen que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos. Que todo lo que me dicen yo también lo veo.

No sabes lo que es despertarte y que él se retuerza, bostece y luego te abrace y no sepas cómo deshacerte ni cómo moverte de lo fuerte que te ha agarrado. Y, joder, qué bien sienta eso.

Que cuando él cruza por debajo del cielo, solo el tonto mira al cielo. 
Que cuando se queda mirando y oye "¿qué?", siempre responde, "nada".
Que conozco su voz en diferentes formatos y tonos.
Que me sé sus cicatrices, y el sitio en el que le tienes que tocar para conseguir que se ría o para que se estremezca, y me sé lo de sus tobillos, y la manera en que se frota los ojos cuando está cansado. Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también sus direcciones y el número de veces que se remanga cuando tiene calor. Que me conozco su última pesadilla, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada, porque tengo más deudas con sus manos de las que nadie tendrá jamás con la luna (y mira que hay tontos enamorados en el mundo).

Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente él.

Que le he visto volar por encima de poetas que valían mucho más que estos dedos que escriben, y le he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que se le pusieron en el camino. Le he visto hacerle la competencia a cualquier amanecer por la ventana. Y solo los sueños pueden posarse sobre las once letras de su nombre.

Que os entiendo. Que yo ya he visto la media docena. Que yo escribo sobre lo mismo que escribís vosotras cuando os enamoráis. Que razones tenemos todas para hacerlo.

Pero yo, muchísimas más que vosotras.