Nadie decide cuando irse. Menos como irse. Es más, nadie avisa cuando se va. Eso se nota, se intuye y provoca una reacción en cadena.
Dicen que en el momento que nos vamos, recordamos lo que fuimos. Dicen que antes de irnos, dejamos un puñado de recuerdos que acompañan al otro cuando se siente solo, aunque solo sea el sonido del viento. Dicen que cuando volvemos, nos convertimos en pequeñas estrellas donde se puede ver todo, para así iluminar el camino aunque sea con un rayo de luz anteriormente inexistente.
Aun así, nada nos basta cuando alguien desaparece del mapa...
Cometes equivocaciones que lamentas a su vuelta. Te sinceras y pierdes toda tu credibilidad.
Cuando esto pasa solemos decirnos a nosotros mismos: "No me importa si la sensación es triste o hasta desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no luego me da más pena todavía"
¡Mentira!
Nunca terminas de irte del todo.
Ni siquiera te propones intentarlo...