miércoles, 1 de febrero de 2012

It's times like these.

En 1876, Alexander Graham Bell inventa el teléfono y con él la posibilidad de conectar largas distancias. Desde ese momento, los esfuerzos del hombre se han centrado en hacer que esa conexión sea cada vez más inmediata. París, Londres o Hong Kong se estrechan en milésimas de segundo gracias a la fibra óptica, Internet o las videoconferencias. Nos permiten estar simultáneamente conectados en cualquier lugar del mundo, con cables invisibles, de la misma manera que las estrellas están conectadas por líneas imaginarias que forman las constelaciones...
Por encima de todas ellas, sobrevolando el tiempo y el espacio, están los cordones umbilicales que nos unen a las personas que queremos. Como cordones de plata transparentes que pertenecen solamente al reino de lo extrasensorial. Hacen que algo se revuelva en nosotros cuando sufren, o cuando se alegran, como un palpito o un escalofrío en la piel. Nos llevan a hacer cosas maravillosas o terribles.
Es como si has soñado toda tu infancia con príncipes azules y castillos sobre colinas y creces y desaparece todo. Aprendes que los cuentos no son exactamente así, que el príncipe azul puede ser naranja y que el castillo no tiene porqué ser un castillo, no es tan importante eso de ser felices para siempre, basta con ser felices en el momento.
A veces, muy de vez en cuando, esas personas conectadas por el cordón de plata pueden darte una grata sorpresa, de vez en cuando te dejan sin respiración.


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