sábado, 1 de octubre de 2011

Punto, punto, punto.

Siempre recordaré aquella clase irrepetiblemente mítica de filosofía...
Descartes entró en escena como protagonista de la gran obra del resto de mi vida, un protagonista secundario...¿puede ser eso? Os pensaréis que no, que es tarde, yo desvarío y estoy gilipollas. Pues sí. Para qué nos vamos a engañar.

-Tengo muchas dudas acerca de la teoría de Descartes.

-Yo no tengo ninguna, me queda clarísimo.

Nieves le observó a través de sus grandes monturas azules y le dijo, sería, cortante, "nunca aprenderás nada". Punto y final. Sin más explicación que su mirada y esas palabras de ¿desanimo?... Yo lo comprendí casi enseguida...
El que duda, busca. El que no duda piensa que lo ha encontrado todo ya, y entonces deja de pensar, deja de ser, como diría el propio Descartes. La incertidumbre del que busca enseña más que la certeza del que cree saberlo todo. La duda nos hace humildes. De la absoluta certidumbre (que en mi opinión, no existe, ni existirá jamás), nace la soberbia.

Algunos estareis pensando, como he mencionado más arriba, "esta es gilipollas". Y otros (espero), que tengo razón. A estos últimos tengo que decirles que lo dudo.
Y así es mi vida, un "no parar" de ¿verdad? ¿error? ¿certeza? ¿evidencia? ¿opinión? ¿conjetura? ¿ignorancia?... Pero siempre, siempre, siempre, la duda. La maldita duda que me agarra los tobillos día tras día.

Soy una persona de fácil dudabilidad. Dudo por todo. ¿Eso es bueno o malo?... Digamos que es mi estado de equilibrio. Entre la afirmación y la negación. Mi termino medio. Mi intelecto flutúa entre ambas, sin inclinarse apenas a un extremo o a otro. Mi duda es extraña, fácil, espontánea. Espontánea cuando el equilibrio entre los extremos resulta de la falta de exámen del pro y del contra.

Maldita, maldita duda.

¿Por qué llega ahora? Ahora cuando todo parecía tan perfectamente imperfecto en mi jodida vida de estudiante. Para que os imagineis como es la historia. El eje central de la duda es una llamada de teléfono. Tan simple como que una voz conocida salude y pregunte por tí. Tan simple y a la vez tan complejo el hecho de que te digan que te echan de menos, que echan de menos tu voz, tus caricias y tus susurros al oído a altas horas de la noche. ¿Por qué ahora?...

Maldita, maldita duda. ¡Y maldito Descartes!

Siento que estoy dentro de "La Metamorfosis". Y no me gusta, no me gusta un pelo. Y dudo. Y vuelvo a dudar. Y mi corazón implora para que no se note a primera vista, para que todo siga pareciendo normal. Y me vuelvo a cerrar y echo la llave de mi coraza personal donde muy pocos se han colado, otros muchos han muerto en el intento y los restantes no se complican la vida y no lo intentan. No les culpo, yo tampoco lo haría. Y sí, lo que pensais. Soy subnormal.

Él lo nota. Y lo sé, aunque no me lo diga. Aunque calle siempre. Aunque no sepa que me canso de esta situación. Aunque no sepa que en estos momentos quiero tirarlo todo por la borda.

Aunque probablemente sepa que ya es tarde. Muy tarde. Maldita duda.

2 comentarios:

Ojos. dijo...

Haces bien en dudar. Es cansado, no te deja vivir tranquilo, pero hace que se te dispare la imaginación y que desarrolles una creatividad espantosa. No puedo hablarte de Descartes, mis clases de filosofía poco tenían que ver con los grandes filosófos.

LightandShadow dijo...

Dudar es lo que te hace moverte, pensar, investigar, descubrir, destruir lo que creías cierto para ver más allá y descubrir una verdad aún mayor...

Vives en equilibrio entre la duda y la certeza, y eso es bueno... pero hasta cierto punto. Hay veces incluso en los que tienes que dejar de dudar, apostar por una verdad absoluta y seguirla siempre, aunque esa verdad sea la de dudar de todo y de todos.

Y, por cierto... nunca es demasiado tarde.